Con dificultad, levantó la mirada, contemplando su propio demonio, sabiendo que todas las noches serían lo mismo, siempre él abajo, destruido, solo, en un mundo gris, lleno de personas grises y vacías, y ella, siempre triunfante, allá arriba en el cielo, donde reina la paz, las luces, los colores.
Gritó pidiendo otro trago al barman, otro trago para su dolor y sus penas. Sin embargo, sabía que ella siempre estaría escuchándolo en silencio, acompañándolo en sus miserias, incluso quería pensar, que velaba por él en secreto. Su única compañía. Comentó sus dolores, sus pesadillas, rememoró su pasado y describió con pesar sus tormentos. Otro trago para el mísero borracho.
Sabía que la gente pasaba y lo miraba, derrumbado en una inmunda vereda, hablándole a la nada, rumoreaban su locura por todo el pueblo. Pero no importaba, sabía que cuando el sol se escondiera, no tendría que soportar más soledad, ellos no sabían que al anochecer, él podía contar con su preciada luna y que algún día ella le contestaría también.
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