domingo, 23 de octubre de 2011

Desechable

Miró la playa y sintió ese conocido vacío. El atardecer rojizo le recordó lo insignificante que era, sentimiento más que aplastante. Pensó en lo hermoso que era, las olas rompiendo contra la escollera, los sonidos del viento, los colores. Pero al mismo tiempo concibió cuánto dolía. Lastimaba el saber que todo eso le daba la espalda, que no era para ella, que nunca lo iba a ser, que ella sólo era una sombra, un desvarío traslúcido y lejano.
Una lágrima desdeñada rodó furiosa. No poseía brillo ni reflejo, caía sin existir, sin espectadores a los cuales afligir, sólo miradas distraídas y risas distantes, sólo ella sentía su humedad y su lamento. Hería el sentirse un ensueño.
 Intentaron robarle una sonrisa, esa amplia y vieja sonrisa, la que no volvería nunca. Se despidió de ella. Su mirada se sentía pesada, dura, reacia, notó su punzante cambio pero no se quejó. Muda a las transformaciones, mera espectadora de la vida, acostumbrada a no tener voz. Un capricho rabioso le cruzó por la mente. Sintió un imponente deseo de gritar, de poseer un megáfono en la garganta, amplificar sus cuerdas vocales. Pero la absurda invención no terminó de idearse, ya que las palabras se las llevaba el viento. Se despidió de sus alucinaciones, de sus ficciones, tan frecuentes en su mundo tupper. Miró con pena a su alrededor. Se despidió.

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