martes, 23 de marzo de 2010

Una vez más pasamos por lo mismo, y a mi me toca observarlo todo desde afuera. Yo soy aquella espectadora que tiene que observar como cometen los mismos errores una y otra vez, contemplar como se hacen daño mutuamente sin siquiera darse cuenta. O tal vez si. ¿Es que todos somos tan masoquistas? La respuesta es bastante sencilla, no hace falta aclararla. ¿Qué es lo que nos hace ir a aquello que de por sí sabemos que es malo? Entendemos de antemano que vamos a terminar dañados, heridos o moribundos en aquellos casos extremos, y aún así lo deseamos, lo imaginamos, lo ansiamos. ¿Alguna vez entenderé que es lo atractivo en lo nocivo? Estoy segura que no, es nuestra naturaleza humana la que nos hace actuar así, o eso es lo que prefiero pensar. Sin embargo, observo como todos los días sufrimos las consecuencias de los actos inconcientes del hombre, enfermedades, guerras, el calentamiento global que nos cierne encima como una enorme nube negra anunciando una gran tormenta, especies en peligro de extinción, y podría seguir la lista pero ya me estaría desviando demasiado de lo que realmente quería hablar en este “pequeño texto”. Es inevitable para mí sacar este tema cuando hablamos de los errores del hombre, pero sólo por esta vez voy a dejar a un costado mis críticas hacia las aberraciones que suceden a diario a nuestro alrededor. Ahora prefiero enfocarme en una persona en particular, aquella que quiero mucho, como una hermana, como una amiga. No soy quien para ponerme hablar sobre sus faltas, es por eso que no lo voy a hacer, sólo voy a concentrarme en las consecuencias que me veo implicada a observar constantemente, pero repito que sólo escribo esto porque la quiero demasiado Ella es una de las personas más felices que conocí en mi vida, de esas personas que emanan alegría por doquier. No obstante es al mismo tiempo una de las personas más masoquistas que conozco. Eso sonó muy duro, por ahí es una palabra muy fuerte, pero vamos a dejarla ya que mi diccionario no encuentra otro sinónimo más que “depravados”, palabra que nunca usaría para describirla. En fin, como todas las personas se preocupa, llora, sufre, y cuando lo hace no hay consejo que pueda darle que la pueda consolar, así también podríamos agregar a la lista de adjetivos pesimista. Qué es la maldición de las triples F, de las quíntuples F o como sea, el caso es que esta noche otra vez cuando vi titilar la ventanita del Messenger “Nobody, not really” supe que nuevamente al abrirla me encontraría escuchando, o más bien leyendo, que no todo había resultado como se esperaba, que algo no andaba bien, que al parecer nuevamente se había equivocado. Y así otra vez me encontré a mi misma en el papel del público. Yo sé que muchas veces puedo ser mucho más que un mero espectador, intervenir en esas situaciones que me veo obligada a contemplar, ya sea la destrucción de la naturaleza como el corazón de una amiga. Después de todo no sirve de nada sólo observar y quejarse. Aunque a veces no puedo evitar pensar que esa ayuda sólo empeore las cosas, tal vez en algunas situaciones no queda más que atenerme a mi rol. Es por eso que confío y espero que mañana cuando la salude en el colegio me devuelva esa sonrisa que aunque no lo crea a muchos les alegra la mañana. Y espero también que no se sorprenda cuando le pegué una piña a cierto compañero nuestro.

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