Oscuridad absoluta envolvía la pequeña habitación casi por completo. Hilos de luz se infiltraban a través de las rendijas de la podrida madera de la puerta. Lo mismo ocurría con las diminutas aberturas producidas por la desvencijada persiana.
Aún así, entre la penumbra se distinguía la figura de un hombre sentado en el sucio piso de madera con las piernas flexionadas contra el pecho y la cabeza escondida entre los brazos. La soledad lo colmaba por completo y así era como siempre había querido, ahora sólo deseaba permanecer en las tinieblas para siempre. Irónicamente el destino le deparaba una eternidad de encierro en las sombras de aquel antro en el que se encontraba.
Prefería creer que era el destino.
Un estruendo interrumpió el melancólico silencio. Sobresaltado levantó la cabeza y miró con atención la sala, buscando entre la oscuridad alguna señal que le indicara que el sonido se había producido afuera. Alerta, agudizó los oídos en espera a que el ruido se repitiera, sin embargo, los minutos pasaron y el cuarto volvió a su acostumbrada quietud. Aliviado dejó caer la cabeza a su posición original. No obstante apenas su frente rozó la andrajosa manga de su camisa el estruendo volvió a producirse, esta vez más estrepitoso. Asustado alzó la cabeza con demasiada fuerza, golpeándose la nuca contra la mugrienta pared. Se encontraba tan aterrado que no le prestó atención al dolor. Sus ojos se abrieron de par en par al observar, horrorizado, que alguien aporreaba la puerta intentando derribarla. Trató de tranquilizarse recordando que la puerta tenía candado y que nunca iba a poder entrar.
-Estoy a salvo, pronto se va a ir y me va a dejar en paz-murmuró una y otra vez tratando de calmarse.
-Yo no estaría tan seguro-lo interrumpió una voz conocida desde el otro rincón de la habitación.
-Déjame en paz-le dijo con desprecio, al mismo tiempo que el otro encendía un cigarrillo.
Este se rió ante su reacción, soltando una gran bocanada de humo con cada carcajada.
-¿Por qué tanto desprecio?
Sin embargo, el hombre no contestó. Hubo un largo silencio en el que lo único que se escuchaba eran los enérgicos golpes contra la puerta.
-¿Sabes?-continuó- Ese candado esta realmente viejo y oxidado, no creo que aguante demasiado.
-¡Cállate!-gritó con la voz cargada de enojo-Pronto se irán y me dejarán en paz. Estoy bien, volveré a estar solo y a salvo.
-Creo que sabes muy bien que eso es una mentira.
El otro comenzó a acercarse a la figura encogida de miedo en el suelo.
-No te me acerques-le prohibió al escuchar acercarse sus pasos.
El otro ignoró la orden y prosiguió caminando hasta encontrarse frente a su acompañante.
-Te conozco muy bien, y sabes que eso es una mentira.
En ese instante, empezó a notarse que ya no era una sola persona la que intentaba derrumbar la puerta. Eran varias manos y pies los que golpeaban, y también eran varias las voces que comenzaron a gritar con desesperación.
-¡Déjenme en paz!-gritó el hombre tapándose los oídos.
-No creo que vayan a irse. Sabes perfectamente qué es lo que están buscando y no se irán hasta conseguirlo-le informó mientras continuaba disfrutando su cigarrillo con tranquilidad, pese a los insufribles golpes que sacudían la puerta- Y si sabes todo esto, porque yo se que lo sabes ¿qué es lo que estas haciendo aquí? Hundido en tu soledad, en la oscuridad de esta habitación, en la profundidad de tus pensamientos-le preguntó mientras se arrodillaba frente suyo- ¿Por qué me hablas con tanto odio y desprecio? ¿Acaso te odias a ti mismo?
-¡Basta, es suficiente! ¡Aquí soy feliz y estoy perfectamente bien! No necesito luz, no necesito compañía, no necesito de nada ni de nadie-contestó, aún tapándose los oídos debido a los inhumanos gritos proferidos por los intrusos.
Esto saturó la paciencia del otro quien enojado le gritó:
-¡Eso no es verdad! ¡Yo se que no es así y vos también!
Furioso se paró y corrió a la persiana. La madera estaba tan añeja y podrida que sólo hicieron falta un par de puñetazos para hacer un considerable agujero desde donde deslumbrantes rayos de sol hicieron su entrada.
-¡Luz! Ya habías olvidado lo que era sentir el calor de los rayos del sol ¿recuerdas como era la ceguera que te producía luego de tanta oscuridad? Espero que esto te haga acordar.
-¿Por qué no pueden dejarme en paz? ¿Acaso quieren volverme loco?
-¿Sabes cual es el problema? ¡Vos ya perdiste la cabeza!
-No es cierto.
-¿Cómo puedes decir eso cuando te encuentras en esta mazmorra miserable hablando contigo mismo? ¿Peleándote contigo mismo?
-¡Sólo quiero paz y tranquilidad!-lo interrumpió el hombre, al borde del llanto- Van a volverme loco.
-Sucede mi querido amigo, que ya has perdido la cordura-le dijo su reflejo aspirando una última vez el cigarrillo.
Finalmente la puerta cayó estrepitosamente llenando de polvo y luz la habitación.