Odio. Algo casi tan físico como paredes, o pianos, o enfermeras. Casi podía tocar la energía destructora que salía de su cuerpo. Dejó que el sentimiento llegase sin preocuparse si era bueno o no; ya bastaba de autocontrol, de máscaras, de posturas convenientes. Veronika quería ahora pasar sus dos o tres días de vida siendo lo más inconveniente posible.
[...] Odió todo lo que pudo en aquel momento. A sí misma, al mundo, a la silla que tenía enfrente, a la calefacción rota en uno de los corredores, a las personas perfectas, a los criminales. Estaba internada en un psiquiátrico y podía sentir cosas que los seres humanos esconden de sí mismo, porque todos somos educados sólo para amar, aceptar, intentar descubrir una salida, evitar el conflicto. Veronika odiaba todo, pero odiaba principalmente la manera como había conducido su vida, sin descubrir jamás los centenares de otras Veronikas que habitaban dentro de ella y que eran interesantes, locas, curiosas, valientes, arriesgadas.
En un momento dado comenzó también a sentir odio por la persona que más amaba en el mundo: su madre.[...]
¿Cómo puedo odiar a quien sólo me dio amor? pensaba Veronika, confusa, queriendo corregir sus sentimientos. Pero ya era demasiado tarde, el odio estaba liberado, ella había abierto las puertas de su infierno personal. Odiaba el amor que le había sido dado, porque no pedía nada a cambio, lo que es absurdo, irreal, contrario a las leyes de la naturaleza.
El amor que no pedía nada a cambio conseguía llenarla de culpa, de ganas de corresponder sus expectativas aunque eso significara abandonar todo lo que había soñado para ella misma.[...]
Veronika empujó la puerta de la sala de estar, se acercó al piano, abrió su tapa y, con toda su fuerza, golpeó con las manos el teclado: un acorde loco, sin nexo, irritante, que resonaba por el ambiente vacío, chocaba con las paredes y regresaba a sus oídos bajo la forma de un ruido agudo que parecía arañar su lama. Pero eso era le mejor retrato de su alma en aquel momento,
Volvió a golpear con las manos y nuevamente las notas disonantes reverberaron por todas partes.
"Soy una loca. Puedo hacer esto. Puedo odiar y puedo aporrear el piano ¿Desde cuándo los enfermos mentales saben colocar las notas en orden?"
Golpeó el piano una, dos, diez, veinte veces, y cada vez que lo hacía su oido parecía disminuir, hasta que pasó por completo.
Veronika decide morir, Paulo Coelho.